lunes, 19 de septiembre de 2011

EL ROBLE

 

¡Ziiuuuu! - Restallaba el látigo de hierro con dos o tres colas de alambre, abriéndose paso en el aire, mientras caían algunas plumas planeando lentamente y un vencejo con el ala herida descendía hasta dar con su cuerpo en el suelo. Era día de caza, se habían trillado las algarrobas y los gorgojos volaban descontrolados, sirviendo así de festín a las aves. También aprovechaban los mozos para ir con sus látigos a proveerse de pájaros. Escogían las rocas cercanas para dominar los vuelos rasantes del vencejo desde lo alto y así poder llenar la bolsa y hacerse esa noche un buen guiso con la carne de estos animales que, por cierto, estaba muy buena.

Eran tiempos en los que un cambio en las comidas no estaba mal, aunque no siempre había suerte. A veces, por lo que fuera, no se lograba coger ningún vencejo, pues estos volaban bastante alto. Pero siempre el hecho en sí rompía la rutina y, en los descansos, el personal se entretenía cazando estas aves. ¡Siempre me acordaré de la facilidad que tenía José Luís para manejar el látigo!

Había llegado el mediodía y con él la hora de reponer fuerzas después de una mañana calurosa. Después de comer, solíamos descansar un poco, recostados en los aparejos de los animales, que se habían colocado por la mañana debajo de los árboles. Nos entraba un agradable sopor que nos dejaba adormilados hasta que, cayendo él calor, volvíamos al quehacer de la trilla.

En las eras hacía bastante calor y algunos nos íbamos a la viña Navas donde, alrededor de la fuente, siempre había algo que contar o que escuchar. Después de saciar la sed y refrescarse con el agua que de ella manaba, los que no tenían que trillar se retiraban a descansar y charlar a pocos metros, bajo unas frondosas ramas que los protegían del ardiente sol del verano y, en la tarde, les daban frescura. Estas ramas pertenecían a tres grandes árboles que traerán recuerdos a los pocos que aún rememoran esos ratos agradables que pasaban al resguardo de su sombra. Esos árboles eran tres hermosos Robles.

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El Roble o Quercus Pyrenaica es un árbol robusto perteneciente a la familia de las Fagaceae (entre otras del mismo género) que, estando en espesura, no ramifica hasta alturas notables, pero cuando crece en solitario o muy separados unos de otros se ramifica a poca altura creando con sus ramas tortuosas una copa ancha muy irregular. Crece en suelos con humedad, de hecho, en la Península Ibérica, abunda en las cordilleras húmedas y en las zonas más al norte de la misma, y es una especie que se emplea poco o casi nada en jardinería, debido a su lento crecimiento. Sin duda alguna, su madera es una de las más apreciadas a nivel domestico e industrial por su dureza y aguante a la humedad.

Es un árbol de hoja caduca. Estas, simples y alternas, le acompañan desde principios de primavera hasta bien entrado el otoño. Son blandas, de contorno sinuoso y muy diferenciadas unas de otras. Padecen en ocasiones de tumores en forma de bola producidos por ciertos mosquitos. Estas protuberancias se llaman agallas, aunque a veces se las denomina agallones, gracias a su forma y tamaño: más grandes y con una corona rugosa. El roble tiene una particularidad, sobre todo en nuestro pueblo. Esta consiste en que, al necesitar mucha humedad, si el verano ha sido especialmente caluroso y no ha llovido mucho durante el resto del año, parece como si se durmieran, haciendo que se sequen sus hojas sin esperar al otoño para así poder aguardar a que venga otro año mejor. Esto se puede ver sobre todo en tierras muy pobres, como la zona baja de la Dehesa.

Su floración sucede casi a la vez que la salida de las hojas. Primero nacen las flores masculinas, largas y delgadas, y después las femeninas, flores que salen en grupos de dos o tres y que se insertan en las hojas superiores. El fruto, en forma de bellota, empieza a madurar en septiembre y alarga este proceso durante el otoño. Una vez maduro, este fruto tan apreciado se recolecta especialmente para el ganado en sitios en los que el fruto se destina como pienso. Pero en las zonas altas como la Yedra, los jabalíes y otros animales dan buena cuenta de ello.

El roble es un árbol de madera dura y raíces muy profundas (gracias a estas sobrevive), muy exigente con la tierra, ya que no le vale cualquiera. Según la zona en la que se asiente, variará su fortaleza, pasando de ser un árbol robusto a ser un simple rebollo. Esto es lo que le pasa en El Tiemblo, ya que nuestro pueblo tiene dos zonas muy significativas: la parte baja del llano presenta un árbol pequeño en general y la parte de la Yedra, con zonas pobres y otras muy ricas, está plagado de enormes ejemplares y también pequeñas arboledas. Pero en cualquier caso, estos árboles serán muy buenos en madera de leña. Porque ¿quién no ha oído hablar nunca de la leña de roble?

CURIOSIDADES DEL ROBLE.

Como ya hemos dicho antes, el roble de El Tiemblo es muy reconocido por su leña, de larga duración en la lumbre y grandes rescoldos de calor. Siempre hemos tenido leñadores que se dedicaban a bajar de la Yedra su apreciada leña, como actualmente el amigo Antonio. En otros tiempos se bajaba con caballerías y carros y con mucho trabajo, pasando calores y fríos. Ahora se emplean para su transporte los conocidos y resistentes Land Rover, bien preparados para la dureza de los abruptos caminos del cerro.

Como madera, ha tenido gran aceptación para la construcción de barcos (por su resistencia a la humedad), como traviesas para las vías ferroviarias (por su dureza) y como duelas para la fabricación de toneles. En esta última es inigualable, ya que le confiere un aroma particular a la cura de los grandes vinos. También está muy considerado por su finura en la construcción de muebles regios y elegantes fabricados para toda una vida.

Además este árbol tiene propiedades curativas. Toda la planta es rica en taninos, sobre todo la corteza. Esta, aparte de ser constrictora y antiflamatoria, puede ser efectiva contra la diarrea y actuar como tónico intestinal. También el té de roble es calmante y curativo y sirve para curar manos y pies dañados por congelación. Aparte de otros remedios para la salud, se usan sus taninos para preparar los curtidos de las pieles y su industria.

El roble común es un árbol de una especie forestal bellísima que puede alcanzar enormes dimensiones (como cuarenta o cincuenta metros de altura) o no pasar de cinco metros. Son muy longevos, llegando a vivir hasta 1.500 años. También hay que señalar que hay robles con un gran sentido histórico, como el antiguo roble de Guernica (de al menos 500 años, ya extinguido) en el País Vasco, y que son muy considerados en Asturias, Cantabria o Galicia, donde destacan por su gran altura.

En Europa, los robles tienen hábitats enormes de propagación espontánea. Uno de los más importantes está en Alemania, donde su hoja tiene una simbología política y militar y además se usaba como principal condecoración, acompañando a la cruz de hierro. Pero volvamos a El Tiemblo…

Encontramos varios robles al entrar al pueblo por la carretera de Madrid, pasando el alto de la Atalaya donde el Royal. Aquí se empiezan a ver algunos ejemplares de poca altura por la derecha de la carretera hasta la fuente de la Calleja, llegando por la Torrecilla hasta las tapias del Cementerio, donde se les pierde el rastro. Si volvemos al Royal, podemos ver cómo estos árboles se entremezclan con los fresnos y las cornicabras llegando en pequeñas poblaciones hasta la Dehesa y pasando por la Cueva, donde existe mayor concentración, llegan hasta Navalpino, desplazándose por los Vaillos hasta la zona de los Lancharejos, desde donde bajan a la Artezuela. Ahí algunos se desplazan por los Cerezos hasta el Tejar, llegando a las antiguas eras del Recaudador, donde por la izquierda, buscando Santa Águeda, se divisan por detrás del pueblo hasta la zona de Caicoya. Allí se mezclan con las últimas casas hasta que se pierden en el Fonterón. También podemos verlos, pero en poca cantidad, camino de Bocaguembre, donde bajando al Aserradero acaban perdiéndose de vista. ¿Es que ya no quedan más robles en El Tiemblo?

Desde el Tejar, nos adentramos por la carretea de la Yedra camino del castañar y seguimos mirando, pero solo vemos pinares. Llegamos a San Gregorio, donde, a pesar del claro existente, solo vemos los cerezos de los antiguos huertos que había por la zona. Seguimos subiendo y solo los alisos de los arroyos y la garganta rompen con la hegemonía de los pinos. Pasando el arroyo de los Corralejos, los castaños plantados en el terraplén de la carretera cambian un poco la visión dominante de los pinares, ya no perderemos estos de vista hasta llegar a la Yedra, donde, camino de las eras del Castañar, volveremos a divisar algunos robles que se pierden entre los castaños y el pinar.

Retrocedemos al puente de la garganta y desde él nos dirigimos hacia las Corraleras, pero no hemos andado muchos metros cuando empezamos a distinguir los primeros robles del camino. Se pueblan poco a poco hasta dominar completamente el paisaje, cediendo terreno a los pinos, que se ven entre los robles de vez en cuando y que ya tienen dominio casi total del paisaje. Desde las Corraleras hasta la garganta, suben buscado el cerro de El Traviés. Por la izquierda atraviesan la garganta, haciendo una mezcla de verdes con los alisos y los castaños, para después dominar las dos riberas hasta encaramarse en lo alto de la cuerda donde pierden vigor y follaje. Pero el bosque en todo su esplendor se desarrolla en la falda de la ladera de El Traviés, camino de la finca llamada de El Nadador, donde los ejemplares exageran toda su belleza y se encuentran los robles más viejos, aunque también los más robustos. Estos dominan desde su atalaya todo el paisaje de El Castañar. Si bordeamos la zona por la izquierda del cerro, camino de las últimas Corraleras, vemos cómo los robles se van perdiendo poco a poco según dejamos la falda del cerro. Llegamos a la fuente donde se encuentra otro gran robledal.

¿Quién no ha estado algún día debajo de esos grandes robles que dominan los alrededores, degustando unas buenas chuletas, chorizos o pancetas acompañadas de una tortilla española, regadas
 con un buen vino y previamente asadas en las cocinas que salpican la pradera? Si hemos hecho esa excursión bien entrado el otoño, observaremos con gran asombro ese suelo que se cubre con un buen manto de hojas del color del oro. Esas hojas que caen como lágrimas del Roble, que triste espera el frío del invierno y se dormirá hasta que el sol de la primavera reviente su corteza para que nazca la nueva flor.

Elías Blázquez Hernández.


miércoles, 14 de septiembre de 2011

EL ALISO


Hacía unas horas que había amanecido. La mañana se prestaba libre de nubes después de una noche tormentosa y el calor se empezaba a notar en el ambiente, pues la primavera estaba en su tramo final. La naturaleza estaba en pleno apogeo: los arroyos venían con un enorme caudal, ya que el año empezó muy lluvioso y había continuado igual
durante toda la estación; las copas de los árboles estaban exuberantes y muy frondosas y el verdor de las hojas tamizaba la luz del sol. La vida se podía sentir por todos los rincones del bosque debido al rumor de la garganta y al piar de los pájaros que aturdían el silencio con sus cánticos. De entre los muchos sonidos que emitía nuestro bosque destacaba el suave murmullo de las ramas, el cual se hacía más fuerte a medida que uno se acercaba. De repente aparecieron dos ardillas que corrían y saltaban entre las ramas de los pinos que cubren la ladera del monte. Bajaron a toda velocidad por el pino más cercano al arroyo y se acercaron a este para beber. Una vez saciada su sed, la ardilla más pequeña se quedó asombrada por cuanto veían sus ojos. Ella nunca había estado en ese lugar del bosque y, sin salir de su asombro, le preguntó a la ardilla más grande: Madre, ¿Dónde estamos? Jamás había visto unos árboles tan verdes, frondosos y frescos. La madre ardilla se acercó dando pequeños saltitos al tronco de uno de esos árboles y, agarrándose a su corteza, subió veloz hasta alcanzar una rama. Desde su posición contestó a su pequeña: Cuando pase el tiempo y el fruto madure, te traeré para que disfrutes con él. Esos árboles que tanto te sorprenden por su verdor se llaman Alisos.

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El Aliso (Alnus Glutinosa) o Aliso negro es un árbol de la familia de las betuláceas. En condiciones favorables puede llegar a medir entre 25 ó 30 m. de altura. Es un árbol que en invierno se deshoja totalmente, renaciendo en primavera con mucha fuerza y dando sombra a los arroyos y gargantas donde germina principalmente. Como ya hemos dicho, el Aliso se cría en zonas húmedas y en bosques frescos y sombreados. Se pueden ver haciendo largas hileras por los cauces de nuestros arroyos y siguiendo su sinuoso recorrido hasta encontrarse con las gargantas y sus desembocaduras en los ríos y pantanos.

La floración del Aliso se produce en invierno, antes de que salgan las hojas. Sus flores femeninas, las cuales, acabado el proceso de reproducción, se convierten en pequeñas piñas, son más pequeñas que las amarillentas flores masculinas. Estas se agrupan en largos racimos favoreciendo así la polinización y aprovechándose del viento para dispersar sus granos de polen. Por esta razón las hojas se desarrollan después de las flores: para no impedir la fecundación. La forma de estas es casi circular y su tonalidad destaca por ser de un verde oscuro muy intenso y más claro por el anverso (esto hace que el Aliso destaque en verdor sobre los demás árboles de su entorno). Cabe añadir que estas hojas en primavera suelen ser muy pegajosas.

Este árbol necesita que sus raíces estén muy cerca del agua, aguantando encharcamientos en largos periodos que favorecen su desarrollo, y se ha podido observar que, cuando les falta el agua por la causa que sea, terminan secándose.

Eso ha ocurrido este año 2010, en el que se venía arrastrando una falta de agua como consecuencia de las pocas lluvias de años anteriores, pudiéndose ver así cierta cantidad de Alisos secos y derribados en los arroyos de El Tiemblo.

El Aliso es como un protector de las orillas, donde se podría decir que controla las grandes avenidas de agua protegiendo la tierra y evitando su arrastre por la fuerza de la corriente. Sus raíces transportan cantidades importantes de nitrógeno al agua, lo cual favorece el desarrollo de las plantas a su alrededor, ya que enriquece de nutrientes la tierra, como si fuera protector de las mismas. De hecho, si ahondamos más en los albores de nuestra cultura, podemos encontrar en uno de los más célebres historiadores romanos una frase perfecta para explicar este fenómeno. Según Plinio, el Aliso es el árbol cuya sombra alimenta a las plantas.

CURIOSIDADES DEL ALISO. En El Tiemblo, hace ya muchos años, se recogía bastante leña, pues era el medio para producir calor que se tenía y con lo que se guisaba la comida que alimentaba a la población. Si escaseaba la leña de pino o cornicabra, se cogía leña de Aliso, aunque fuera popular el dicho de que: La leña de Aliso ni el diablo ni Dios la quiso. Esta expresión bien podía ser porque este tipo de leña arde mal y, si no es ayudada por otra leña, acaba ennegrecida y sin arder.

Tiene muchas más propiedades. En medicina alternativa se emplean las hojas y la corteza: las hojas, usadas como analgésico para el dolor de pies pisando sobre ellas, para lavado de llagas y heridas o contra las hemorroides, entre otras. La corteza, machacada y después de ser cocida en agua, se usa como astringente. En caso de faringitis y congestión se puede hacer gárgaras con la solución anteriormente dada. Con estos, como con todos los remedios naturales, hay que tener cuidado e ir con mucha precaución. Con su madera se pueden hacer pilares para edificar en zonas de agua, ya que aguantan mucho la humedad. Pero, además de para la construcción, también sirve para ser tallada (se usaba mucho en la confección de zuecos). José Luján es un buen ejemplo de tallador de nuestro pueblo, ya que usa bastante el Aliso para hacer sus originales obras.

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En el término de El Tiemblo, el Aliso podría ser la tercera o cuarta colonia de árboles con más ejemplares que tenemos. Esta está bastante extendida: la tenemos en casi todos los arroyos de nuestros montes principales, como en el Pico del Traviés y en Cabeza de la Parra (en sus vertientes Norte y Oeste). El Aliso es un hermoso árbol de altura notable. Si vamos a la zona del castañar, bajará por la garganta de La Yedra, en la zona en la que aún es arroyuelo. Seguirá por la fuente del tío Alegante (como se la conoce en el pueblo), en la que ya prosperan algunos ejemplares. Estos se irán multiplicando según vamos descendiendo montaña abajo y antes de llegar a San Gregorio, le saldrán al paso varios arroyos de poco caudal y dos más de cierta importancia, como el de los Corralejos, repletos de Alisos.

Con esta gran población de Alisos, que por la finca de los Corralejos se adentra en la garganta con su frondosa carga verde, se agrega el Arroyo del Caballo y poco después, pasando el pantano de San Gregorio, el Arroyo de la Majahilla que aporta otra importante población de Alisos. En su encuentro con la garganta se forma una preciosa Alisera que da sombra a todo el llano de los antiguos huertos, llegando a mezclarse con los cerezos centenarios que plantaron nuestros antepasados.
La garganta, cada vez más ruidosa mientras hermosos ejemplares de este bello árbol sombrean sus riberas, ha llegado al Aserradero y aporta a la Artezuela una pequeña pero majestuosa Alisera, que se engrandece a su paso por el Puente Pasil y asienta entre enormes cantos sus agrietados troncos. Si seguimos, llegamos al Puente de la Casilla, donde podemos observar en una pequeña remansada de la garganta una grandiosa Alisera que va siguiendo su curso hasta perderse en el río Alberche.

Pero… no hemos hablado aún de la zona principal de este hermoso árbol. Para eso tenemos que adentrarnos en el Valle de Iruelas. No sé exactamente por donde comienza su propagación, pero hablaré sobre la zona que conozco. Detrás del refugio del valle, en la zona de las secuoyas donde se abren dos pequeños arroyos cruzados por pequeños puentes de madera, se contempla una gran fila tortuosa de Alisos aferrados a sus riberas. Estos suben por las laderas hasta perderse, mezclados entre los pinos castaños y robles que pueblan esta zona llegando a la cima que da vistas al puerto de Casillas.

Aguas abajo la verdadera garganta del Valle de Iruelas baja majestuosa después de una tormenta. Se le agregan pequeños caudales de agua todos ellos salpicados de Alisos. Pero la verdadera población está en la misma garganta hasta que esta desaparece en las aguas del pantano del Burgillo. Ahí se pueden ver extensas Aliseras circundando toda su ribera, como la que descansa en la llanura del puente que la cruza camino de las Juntas. Aún así, donde se sienten dueños y señores del paisaje es en el tramo que va desde la cascada hasta el puente que vuelve a cruzar camino de las Rinconadas.


Parece como si estos árboles cerraran filas en su honor, rindiendo culto al agua y formando un camino entre las piedras de su lecho, acompañándola hasta el río y sirviéndola de guía para evitar que se pierda.

Elías Blázquez Hernández.